viernes, 4 de junio de 2010

Manfred.

Mierda... Con que el estúpido de mi hermano no le había dicho nada?

No supe que decirle, me quede de piedra.

De repente estallo en risas.

-Deberías haber visto tu cara! Jajajaja. Enserio creíste que Harry no me había dicho nada? Fui el primero en saber! –y continuo riéndose.

Idiota

E l viaje en avión fue tranquilo. Por suerte. No me aterraba volar, pero no era lo que más me gustaba.

Cuando llegamos al aeropuerto de Edimburgo, había un coche esperándonos. Y estaba soleado. Que raro. Había leído en Internet que la cantidad de días soleados era casi nula.

Estuvimos más o menos dos horas viajando, estábamos muy apretados. Papá iba adelante, acompañando al chofer, y atrás íbamos mamá, Harry, Jack –que no era nada pequeños- y yo.

Nadie hablo, excepto mi padre al intercambiar unas pocas palabras con el chofer.

El vehículo freno en frente a una gran casa de estilo colonial, nada que ver con mi otra casa.

Tenía tres pisos, postigos, ventanas y puertas de madera, una enredadera que cubría casi la mitad de la casa y un jardín gigante.

El conductor del coche nos ayudo a bajar nuestras maletas y las dejo en la puerta. Espero a que papá le diera unos billetes y luego se marcho.

-Bueno, bienvenidos.

Abrió la puerta y entro.

-Las habitaciones están en el segundo piso. Elijan las que quieran. Harry, Jack, como van a sobrar habitaciones, cada unos puede tener su propio cuarto.

-No gracias –contestaron los dos al mismo tiempo.

-Esta bien –siguió papá-, Mac, ven un momento.

Deje mi maleta en el suelo y lo seguí.

-Se que, de todos nosotros, tu eres la que lo esta pasando peor. Solo quiero que sepas que, no importa cuanto dure la tormenta, el sol al final siempre vuelve a salir.

-En una ciudad como esta, lo dudo mucho.

El se rio, aunque yo no le veía pizca de gracia.

-Lo que quiero decir, es que te terminaras acostumbrando, y quiero que sepas que tu madre y yo siempre estaremos aquí para apoyarte.

Puse lo ojos en blanco. Odiaba toda aquella cursilería, o capaz que eran simplemente las hormonas adolescentes; yo que se.

Volví a coger mi maleta y comencé a subir la escalera. Si que pesaba.

-Señorita Mackenna, me permite llevar su maleta hasta la habitación correcta? –pregunto alguien.

Di un respingo y por poco caigo al suelo.

-Quien eres tu? –le pregunte al hombre que había atrás de mi.

Seguro que tenía más de cincuenta. Su pelo era gris, igual que el tupido bigote que salía debajo de su protuberante nariz y sus ojos. Vestía un elegante traje negro, pero aun así no lograba esconder su hinchado vientre. Parecía que se había tragado una sandía, que contrastaba mucho con su blanca y arrugada piel.

-Me llamo Manfred, y soy su mayordomo.

-Hey, yo creí que los mayordomos hoy en día solo existían en las películas –exclame con una sonrisa.

-Pues se equivoca. –Me la devolvió.

Aunque pareciera mentira, este hombre, Manfred, ya me había alegrado el día con su cálida sonrisa.

Cogió mi maleta y me acompaño escaleras arriba.

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